El búfalo de la noche by Guillermo Arriaga Jordán

El búfalo de la noche by Guillermo Arriaga Jordán

autor:Guillermo Arriaga Jordán [Arriaga Jordán, Guillermo]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Novela, Drama
editor: ePubLibre
publicado: 1999-01-15T00:00:00+00:00


* * *

En la cochera se hallaba estacionado el Jetta negro de Tania. Puse la mano sobre el cofre. Lo sentí frío: ella debió llegar al menos dos horas antes.

Entré a la habitación. Tania dormía desnuda apenas cubierta por las sábanas. La iluminaba la luz de un farol que se filtraba por la cortina. La admiré un rato en silencio y me pareció más hermosa que nunca.

Me desnudé y me acosté junto a ella. La abracé por la espalda y amodorrada se prendió de uno de mis dedos. Comencé a lamer su nuca. Tania se estremeció y su piel se erizó levemente. Giró su torso y me besó en la boca. Bajé las manos, la tomé de las nalgas y la jalé hacia mí. Juntamos nuestros vientres. Aún adormilada se impulsó con la pierna izquierda y se acomodó a horcajadas sobre mis muslos. Abrió los ojos, contempló mi cara y acarició mi frente.

—Creí que no ibas a venir —susurró.

La besé en los labios.

—Perdón —le dije.

Sonrió y se acodó sobre mi pecho.

—No, perdóname tú a mí.

Hicimos el amor, despacio, sin hablar. No hubo furias ni acrobacias. Sólo el lento ondular de nuestros cuerpos.

Por primera vez en varias semanas logramos un orgasmo simultáneo. Un orgasmo sereno, elemental; y al acabar nos quedamos dormidos sin que me saliera de ella.

Casi al amanecer la descubrí arrodillada sobre el colchón, observándome.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

—Nada —respondió en voz baja.

—¿Entonces?

Sonrió y se encogió de hombros.

—Sólo te estaba mirando.

Me incorporé y la estreché.

—Vuélvete a acostar —le dije.

Se inclinó y recargó su frente sobre mi pecho. Me percaté de que sollozaba. La tomé de la barbilla y la levanté.

—¿Qué tienes?

Se retiró el cabello que caía sobre sus ojos. Con el antebrazo se secó las lágrimas.

—¿Me quieres? —preguntó, arrugando el entrecejo, como si se esforzara en no volver a llorar.

—Muchísimo.

—¿De verdad?

—De verdad.

Pareció tranquilizarse. Con lentitud dejó caer su cabeza y se acurrucó sobre mi regazo con la cara volteada hacia mi entrepierna.

—¿Y tú a mí? —le pregunté.

Como respuesta mordió con suavidad mi muslo. Besé su hombro y con la yema de los dedos tracé un camino sobre el eje de su columna vertebral. Tania exhaló un quejido y se estiró.

—No, por favor —musitó.

Proseguí el trazo y bajé el dedo hasta la terminación del coxis.

—No sigas —pidió.

Deslicé aún más los dedos y empecé a acariciar en círculos su ano.

—Manuel —susurró, y volvió a morder mi muslo. Lubriqué su ano con un poco de fluido vaginal e inserté mi dedo medio.

Ella se contorsionó hacia delante y hacia atrás con un ritmo que provocó que mi dedo se hundiera más y más. Su culebreo se tornó un vaivén acelerado. Cuando parecía que Tania llegaría al orgasmo se detuvo de súbito y apretó los músculos del perineo para inmovilizar mi dedo.

—¿Te vas a casar conmigo? —inquirió.

—No sé —respondí riendo—, falta mucho.

—¿Sí o no?

Tardé en contestar. Ella aflojó los músculos y desplazó su cuerpo a un lado. Doblé el dedo para impedir que resbalara pero ella meneó la cadera para expulsarlo. La noté más triste que molesta.



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